Julio 2010 / NÚMERO 41

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Ganador concurso

La floreciente camelia

Muy atrás ha quedado mi tiempo de estudiante. Recuerdo como si fuesen ayer las vacaciones de invierno que disfrutaba con mi tía que vivía sola en el campo, en Nancagua, la tierra de mis padres. Yo era una liceana de 16 años. Vienen a mi memoria la lluvia que golpeaba con furia la tierra; el viento, el frío, el viejo brasero ardiente que nos entregaba calor y las pocas comodidades de esa inmensa casa de antiguo adobe que hoy no existe a causa del último terremoto. Mi querida tía estaba feliz porque tenía compañía durante algunos días; lo que le permitía conversar, cocinar para dos, reír y rezar junto a mí. Agradecía el gesto que hacía su hermana (mi mamá) enviándome a cuidarla en pleno invierno.

Aún viven en mi mente las horas agradables que pasé con ella, el hermoso entorno que disfrutaba cuando ya arreciaba la tormenta, los añosos árboles que brillaban al sol dejando caer las últimas gotas, la floreciente camelia (plantada por mi madre) que mostraba sus botones de rosado intenso, el aire con olor a limpio, los cerros verdeando a lo lejos, el cielo azul con cúmulos blancos, el camino con charcos, los potreros húmedos y el rostro bondadoso y risueño de mi tía que me complacía con cariño. Agradezco a mamá y la tía por esas vacaciones invernales.

Gloria Edith Mella Ávila.