Diciembre 2009 / NÚMERO 34

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Monseñor Faustino Sainz
La paz siempre es posible

Declaraciones del actual embajador de la Santa Sede en Gran Bretaña y ex miembro de la Oficina de la Mediación del Vaticano, Monseñor Faustino Sainz, quien  hizo una visita a Santiago con motivo de los 25 años de paz entre Chile y Argentina.

¿Cómo recuerda hoy todo el proceso de mediación y la firma del Tratado de Paz y Amistad con Argentina?

Lo recuerdo especialmente con gratitud, con un agradecimiento inmenso de haber podido intervenir como “peón de brega”, como se dice en el argot taurino. Tuve la suerte de que el Santo Padre me pidiera que acompañara al Cardenal Samoré en la primera misión a Argentina y Chile y luego en todo el proceso de la mediación, que fueron seis años y medio de mi  vida en que no hubo un momento en que no pensara en este tema, tal era la preocupación que teníamos.

¿Cuál fue el punto o el momento más conflictivo?

Lo más problemático fueron los15 primeros días, la primera misión exploratoria en la que había que recabar noticias de lo que era el problema y cómo era la situación, que estaba al borde de la guerra. Fueron los 15 días más difíciles hasta que se logró la firma de los acuerdos de Montevideo, que calmaron la situación. Durante todos los seis años que duró la mediación hubo muchos momentos difíciles, la dificultad misma de la mediación, encontrar un acuerdo para un diferendo que era viejo, de cien años. Luego, las circunstancias externas. En Argentina tuvieron la guerra de Las Malvinas. Luego, hubo un incidente fronterizo que llevó al cierre de las fronteras entre los dos países. Hubo el atentado contra el Santo Padre. También el deseo argentino de de denunciar un  tratado de solución judicial de las controversias. Muchos otros hechos que se fueron alternando y que crearon dificultades complementarias la tema central.

¿Cuál es la mayor enseñanza que saca de este proceso?

Que la paz es siempre posible. Lo único que tenemos que hacer es abrir nuestro corazón a la paz, que es un deseo innato de los hombres, que a veces por el pecado de los hombres y por las circunstancias nos vemos en  muchas ocasiones tentados de olvidar. La paz es posible, el diálogo siempre es posible y sobre todo hay que pedir por la paz. La paz es un fruto de la justicia y también de la oración. Esa es una de las conclusiones que yo saqué. Porque en este proceso hubo mucha oración, la oración de dos pueblos que no querían la guerra, absolutamente. Estoy seguro que los gobernantes de uno y otro país tampoco querían la guerra. Yo creo que no hay nadie que quiera la guerra. Y después fueron los dos pueblos que rezaron mucho. La Iglesia en los dos países, que tiene que anunciar el mensaje de la paz de Jesucristo, trabajó muy bien complementariamente las comunidades de vida consagrada, las contemplativas lucharon mucho por la paz con sus oraciones. El llamamiento del Papa Juan Pablo II por la paz en aquella circunstancia, todo lo que fue su obra durante estos seis años, fue atendido por los gobiernos con mucho esfuerzo, a pesar de no pocas dificultades, y produjo este fruto que vemos ahora 25 años después.

¿Que significó para usted ser instrumento de la Iglesia para consolidar la paz?

Al fin y al cabo, me considero el peón de brega de la Oficina de la Mediación. Me considero humildemente un beneficiario retratado en una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Eso para mí es una gran satisfacción, saber que puedo estar en esa bienaventuranza.